De ruta por el bajo Guadalete.
Una recorrido con el Aula de Mayores de la UCA.



Atendiendo a la amable invitación de nuestro amigo Juan Martín Pruaño, presidente de la Asociación de Estudiantes Universitarios del Aula de Mayores de la UCA en el Campus de Jerez, el lunes pasado tuvimos la oportunidad de guiar una excursión por el Bajo Guadalete. La salida tenía como objetivo el acercamiento a los paisajes y la historia de este rincón de la campiña desde una perspectiva interdisciplinar.

Para ello realizamos un itinerario en autobús, que partiendo del campus a las 9 de la mañana, nos llevó a visitar La Barca de la Florida, la Torre de Torrecera, la Ermita de la Ina, el Puente de Cartuja y los molinos de La Corta. En todos estos lugares, como también durante los trayectos entre ellos, destacamos los aspectos más relevantes de estos parajes que muchas veces resultan desconocidos pese a su cercanía a la ciudad. Este recorrido, que hemos realizado en muchas ocasiones y con distintas variantes es recomendable para quienes quieran conocer mejor nuestro entorno rural. ¿Nos acompañan?

Camino de Cuartillo.

Tomando la carretera de Arcos, para enlazar con la de Cortes a través de la Ronda Este, hacemos unas primeras referencias a esta zona de la ciudad, cargada de historia, conocida en tiempos pasados como El Pinar, antesala de los Llanos de Caulina. Ya en la carretera de Cortes recordamos la importancia que a comienzos del s. XX tuvo su construcción para Jerez junto a otras obras como el Pantano de Guadalcacín y el Ferrocarril de la Sierra.

Junto al puente de la autopista pasamos ahora por el que fuera descansadero de Albadalejo, donde aún se conserva una antigua fuente de la que ya en el s. XVI se quisieron traer sus aguas a Jerez. Desde siglos atrás existieron en este lugar dos alcantarillas que cruzaban el Arroyo Salado, uno de los últimos afluentes del Guadalete que, desde la Sierra de Gibalbín drena los Llanos de Caulina para unirse con él junto a Viveros Olmedo. Con el nombre de Albadalejo se estuvo a punto de “bautizar” el pueblo de Estella del Marqués, levantado en sus cercanías en 1956.

Camino de Cuartillos, la carretera divide en dos el Parque Forestal de Las Aguilillas, un espacio incluido en el catálogo de “Bosques-Isla”. Aunque hace 50 años se hicieron aquí repoblaciones de pino carrasco y eucalipto, la vegetación propia del monte mediterráneo se ha ido regenerando poco a poco estando presentes especies como lentisco, coscoja, acebuche, palmito, jara…

Al paso por la barriada rural de Cuartillo, construida en buena parte en terrenos de una antigua cañada, llaman la atención dos pinos centenarios que sirvieron en otros tiempos de hitos para los enfilamientos de los barcos que llegaban a la Bahía de Cádiz.



Junto a ellos, la estación potabilizadora reclama también la atención del viajero, como una obra sobresaliente de los Abastecimientos a la Zona Gaditana. Obra del ingeniero Juan Delgado Morales (1956) cuenta en su interior con magníficos murales cerámicos.
La carretera deja ahora a la derecha el Arroyo de las Cruces y los cerros de Salto al Cielo, donde despunta la bóveda en media naranja de esta antigua ermita cartujana. Al pasar por Las Majadillas se abren ante nosotros los horizontes del valle del Guadalete que nos muestran, en primer plano los restos adehesados de los encinares que cubrieron estas lomas hoy en parte cubiertas de panales solares. El cerro de alcántara o el de Domecq, quedan a nuestra izquierda mientras nos acercamos a los llanos de Magallanes y La Guareña que tienen como telón de fondo el Encinar de Vicos por donde discurre la Cañada Real de Albadalejo o Cuartillos buscando las tierras del Este de nuestro término municipal.

En La Barca de la Florida.

La primera parada es junto al Puente de La Barca, donde a orillas del río recordamos los aspectos más sobresalientes acerca de la colonización agraria de la vega del Guadalete y la fundación de La Barca de la Florida en 1948, que se convirtió desde el primer momento en centro económico y de servicios de otros poblados de colonización de la zona. Levantado en las cercanías del antiguo Vado de La Florida, en tierras próximas al cortijo del mismo nombre, comentamos aquí la importancia de este lugar, por el que cruzaba el río desde los siglos medievales la Cañada Real de la Sierra para seguir su camino hacia el Valle, El Mimbral y Tempul. En La Florida arrancaba también hacia el norte la Cañada de Albardén, en dirección a la Junta de los Ríos y Arcos, así como los caminos que llevaban a los cercanos cortijos de Berlanga, Berlanguilla o La Suara y al descansadero de Mesas del Corral, situado al otro lado del río (1). Un lugar, en suma, que constituía un auténtico nudo de comunicaciones y cruce de caminos del Jerez rural.
Como no podía ser de otra manera, nos recreamos aquí en las pequeñas historias de las barcas que cruzaban el río. Existen ya referencias de una primera barca en este lugar en 1725. La Barca, aparece también en un mapa francés elaborado en la primera mitad del siglo XIX y de ella da cuenta Madoz en 1854, que la denomina indistintamente como “barca de la Florida” o “de Berlanga” y que sitúa en el Vado de La Florida. Sobre la última de las barcas, nos informa Juan Leiva en el delicioso libro que coordinó y que lleva por título “La Barca de la Florida. Historia de un pueblo joven con viejas raíces”. En él se relata como en este lugar se encontraba en los años veinte del siglo pasado el conocido “Rancho de Benalí”. Su dueño, “Francisco Robles Pérez, alias “Benalí”, compró una barca de 12 metros de eslora por 7 de manga, que fue transportada hasta el río por don Antonio Guerrero (propietario del cortijo de La Florida), e instalada por “Benalí” para pasar el Guadalete, en el mismo lugar donde se encuentra en la actualidad el puente de La Barca de La Florida… la barca funcionaba mediante poleas instaladas a ambos lados del río, de las que tiraba el propio “Benalí”.



Era un auténtico transbordador, en el que pasaban personas, animales y todo tipo de mercancías. Los rebaños, las “jarreas” de mulos y las recuas de burros, cargados de carbón de la sierra, pasaban la barca, camino de Jerez, cuando el río llevaba mucha agua
”.

Frente a nosotros, el “Puente de Hierro”, el puente en arco del Acueducto de Los Hurones y el puente atirantado del Acueducto de Tempul nos llevan también a recordar su pequeña historia y los aspectos más relevantes de estas interesantes obras públicas. El conocido como “Puente de San Patricio”, obra del prestigioso ingeniero Eduardo Torroja, figura en todos los manuales de



historia de la ingeniería como una obra pionera en la utilización del hormigón pretensado. Construido entre 1925 y 1927, vino a sustituir en al antiguo puente-sifón que construyera el ingeniero Ángel Mayo para el paso de la conducción de la traída de aguas a Jerez entre 1864 y 1869. El viejo puente, que contaba con dos apoyos en el lecho del río fue arrastrado por la gran riada de 1917, siendo sustituido años después por el de Torroja que adopto para evitar los pilares centrales una solución ingeniosa. El cajón central, de 20 m, se apoyaba en los laterales que, suspendidos mediante tirantes de acero recubiertos de hormigón pretensado de las pilas cimentadas en las riberas, evitaban así los apoyos en el río y los riesgos de ser arrastrados por las avenidas. El tramo central del puente-acueducto de 57 m de luz fue todo un record de la época de este puente que pronto cumplirá un siglo.

El primer arco del conocido como Puente de Hierro, fue construido en 1924 para dar paso a la carretera de Cortes, ampliándose con otros dos tramos en 1936. El arco de hormigón por el que salva el río la conducción que procede del pantano de los Hurones, fue levantado en 1957 cuando se realizaron las obras del Abastecimiento a la Zona Gaditana.

Camino de Torrecera.

Retomamos nuestro camino hacia Torrecera dejando a nuestra izquierda la Estación Elevadora de La Barca, las granjas de Berlanguilla y los terrenos de la antigua Huerta del Coronel con cultivos de algarrobos. Nos desviamos a la derecha por el cruce hacia La Suara, pasando por el Arroyo de Cabañas y las Mesas del Corral, antiguo descansadero de ganado. En La Suara, espacio forestal que se extiende sobre una antigua terraza fluvial del Guadalete, se conservan importantes manchas de alcornoques, encinas, coscojas y quejigos junto a los que crecen pinos y eucaliptos, fruto de las repoblaciones que hace medio siglo realizó el Instituto Nacional de Colonización. Este parque periurbano, lugar de ocio y esparcimiento de muchos jerezanos, está catalogado como bosque-isla.

A la derecha de la carretera se observan las cicatrices que dejaron en el paisaje las antiguas canteras para la extracción de áridos que se abrieron en la ribera del río. En estas graveras de Torrecera y la Dehesa Boyal se encontraron restos de la presencia del hombre en el paleolítico medio. Por aquí cruza el camino que desde Jerez se dirigía a los Baños de Gigonza y en esté rincón, donde hoy se levanta un centro ecuestre y de turismo rural, estuvieron la fuente y la barca del Boyal.



Pasamos ahora junto a Torrecera, poblado de colonización levantado en 1947 junto a los cerros donde el Arroyo Salado de Paterna se une al Guadalete. Aún quedan en Torrecera la Baja, a los pies del Cerro de la Harina, algunas de las primeras viviendas que se construyeron durante la Reforma Agraria de la II República (1933), en una iniciativa que planificó el reparto de tierras de las fincas Cabeza de Santa María, Los Isletes, Doña Benita y Torrecera y que quedó frustrada tras el golpe de estado de 1936.

En el cerro del Castillo y la bodega Entrechuelos.



Dejando atrás Torrecera, el autobús asciende ahora las empinadas rampas de la Cuesta del Infierno para desviarse hacia la Bodega Entrechuelos. Desde su aparcamiento llegamos, en un cómodo paseo, hasta lo más alto del Cerro del Castillo donde se alzan los restos de una torre almohade visibles desde muchos lugares de la campiña. La torre, levantada probablemente a finales del s. XII o comienzos del XIII, está construida con la técnica de tapial, al igual que la cerca almohade de Jerez. En el muro norte se aprecia una oquedad a modo de puerta o ventana, en cuya parte superior se conservan los restos de un arco de ladrillo. El muro orientado hacia el este se ha desplomado y bien merecería consolidarse y restaurarse como se ha hecho en la torre de Matrera. En las tapias llaman la atención del visitante los mechinales, esos huecos que dejaron al descomponerse con el tiempo las maderas en las que se apoyaban los cajones del encofrado.

La torre cumplía una clara función de vigía y control del territorio, en los siglos en los que estas tierras lo fueron de frontera y en especial del camino que corría en paralelo al Arroyo Salado de Paterna y de los que discurrían junto al Guadalete, a cuyas orillas existían fértiles vegas. A los pies de la Torre estuvo el conocido Vado de Sera, ya mencionado en la Crónica de Alfonso XI, rey que acampó aquí sus tropas en 1333 en su camino hacia Alcalá de los Gazules, en el marco de una operación militar para liberar a la fortaleza de Gibraltar del cerco al que le había sometido el infante Abu-Malik.

Las vistas que se contemplan desde la torre son excepcionales y así, junto a los principales relieves de la provincia y de la campiña, desde este privilegiado balcón podemos observar como el valle del Guadalete, que ha venido manteniendo desde Puerto Serrano una orientación NE-SO, cambia bruscamente a los pies del Cerro del Castillo para dar un giro de noventa grados hasta tomar el rumbo NO, camino de la Bahía. A a partir de la dominación cristiana, la Torre de Cera o de Sera, como se le denominaba entonces, pasó a formar parte del cinturón de torres vigía, atalayas o almenaras que, con carácter defensivo, estaban distribuidas por la campiña. Con muchas de ellas mantenía una buena conexión visual como las de Gigonza, el castillo de Medina Sidonia, Torre Estrella, el castillo de Arcos, Jerez, o las torres de la Sierra de San Cristóbal o Gibalbín, visibles desde aquí.



Por falta de tiempo no pudimos visitar la Bodega Entrechuelos, que se queda para una próxima salida. De lo que si hablamos es de la toponimia relacionada con sus principales marcas (Entrechuelos, Alhocén, Talayón…), estrechamente vinculadas con lugares cercanos de los que comentamos su significado.

En la Ermita de la Ina.

De nuevo en la carretera, pasamos ahora por el vado del Arroyo Salado e los Entrechuelos junto al que vemos los canales de riego del embalse de Guadalcacín. Al poco llegamos a la entrada del cortijo de Spínola y al conocido como Cerro de la Batida, el último escarpe a



orillas del Guadalete constituido por rocas de yeso que fueron explotadas para su uso industrial por una fábrica cerrada hace dos décadas. Este curioso enclave natural ofrece magníficas panorámicas “a vista de pájaro” sobre las galerías del río y sobre las Vegas de El Torno. En sus verticales tajos, que caen a plomo sobre el río, se refugian rapaces y aves de roca que ya en 1910, merecieron la atención de los naturalistas ingleses W. Buck y A. Chapman, quienes lo describen en su obra La España Inexplorada (1910).

Camino de los Llanos de la Ina, al pasar por el Cerro del León, dejamos a la derecha de la ruta el Palomar de Zurita, un auténtico monumento etnográfico. Obra del primer tercio del siglo XIX, guarda en su interior casi 25.000 nidales y amenaza con desplomarse si no se hace nada por evitarlo. Algo más adelante cruzamos por Rajamancera en cuyos campos existió una importante laguna que fue desecada a mediados del siglo pasado, transformando su vaso en tierras de cultivo, en el lugar donde hoy se encuentra una pista de ultraligeros, un poco antes de llegar a la barriada rural de La Ina.

La siguiente parada es en la Ermita de la Ina que visitamos de la mano de su párroco, D. Jesús Castro, quien nos atendió amablemente abriéndonos las puertas del que fue el primer templo cristiano de nueva planta construido en nuestro término. Desconocida para muchos jerezanos, el edificio, aunque muy reformado por sucesivas obras, es de estilo mudéjar y tiene su origen en una construcción del último tercio del s. XIV. De planta rectangular y tejado a dos aguas, su interior consta de tres naves con arcos de herradura apuntados, apoyados sobre pilares cuadrados. Destruida en 1838 por un huracán y restaurada en 1952, la ermita fue construida por acuerdo del cabildo jerezano para conmemorar la victoria de las tropas cristianas en 1339 contra las del infante Abu Malik, que había instalado su campamento en los Cerros del Real (Lomopardo) teniendo cercada la ciudad. En esta acción tuvo un papel decisivo Diego Fernández de Herrera, auténtico héroe jerezano cuya hazaña es bien conocida por haber quedado reflejada en toda la historiografía tradicional. La Crónica de Alfonso XI desdice sin embargo estas historias, situando la muerte del rey de Algeciras, “Abomelique el infante tuerto”, en las Vegas de Pagana, junto a Alcalá de los Gazules.

Sea como fuere, en nuestra visita evocamos esta y otras historias, y recordamos como el origen el topónimo “La Ina”, leyendo también algunos textos del geógrafo andalusí Ibn Said (s. XIII) o de los poetas jerezano-andalusíes Ibn Lubbal (s. XII) o Ibn Giyat (s. XII) en los que se recrean los idílicos parajes de estos llanos junto al Guadalete, para los que remitimos a los trabajos del arabista M.A. Borrego Soto.

En el Puente de Cartuja.

Dejando atrás La Ina, pasamos junto al Puente de la Greduela, donde hasta afínales delos sesenta del siglo pasado existió, junto a la Venta de las Carretas, una barca de sirga para cruzar el río.

En sus campos, La Greduela guarda uno de los últimos palomares de la campiña que, como el de Zurita debiera ser declarado “monumento etnográfico”.



La última parada de nuestro itinerario es en el Puente de Cartuja, junto a su estribo izquierdo, donde podemos apreciar los recientes trabajos arqueológicos que han sacado a la luz lo que pudo ser un antiguo embarcadero y el arranque de los muros del viejo azud del molino. Junto al puente recordamos como en el origen de su construcción primaron los intereses militares, para facilitar el auxilio de las tropas jerezanas a los ataques de los piratas turcos y berberiscos a las costas gaditanas. Iniciadas sus obras en 1525 y terminadas en 1541, debe su traza a Fortún Jiménez de Vertendona y en su construcción intervinieron diferentes maestros como Pedro Fernández de la Zarza, D. Jiménez de Alcalá o Hernán Álvarez. Entre 1581 y 1582 se construyó en uno de los arcos del puente el molino de la villa, como reza en la lápida que aún se conserva en uno de los pilares junto a la Venta de Cartuja, cuyo edificio se levantó unos años después como dependencias y almacenes del molino.



En nuestro paseo por el puente pudimos también comentar las muchas vicisitudes por las que atravesaron estas obras, que precisaron continuas reparaciones a lo largo de estos siglos. De la misma manera elogiamos -como no podía ser de otro modo- las obras de restauración ambiental que en los últimos años han retirado de las riberas y del lecho del río miles de toneladas de lodos y de pies de eucaliptos, recuperando este histórico paraje del Vado de Medina, su antigua fisonomía, esa que nos recuerdan los viejos grabados y fotografías de hace un siglo. La repoblación con álamos y fresnos que ha tenido lugar en estos años, pone la guinda a este recuperado tramo del Guadalete en el que el puente, el “viejo puente de Cartuja”, destaca aún más hermoso. Junto a todo ello, pudimos ver también los vestigios del molino harinero que salieron a la luz en las excavaciones realizadas hace unos años.

La ultima etapa de esta salida nos llevó a los molinos y norias de La Corta donde las excavaciones arqueológicas realizadas en los últimos años han sacado a la luz un complejo hidráulico sin precedentes en nuestro pais. Aprovechamos la ocasión para comentar la presencia romana en el bajo Guadalete, el funcionamiento de los molinos a la luz de los restos, así como la presencia en este enclave de las antiguas Aceñas delRey o de los Hornos de Bizcocho creados a caballo entre los siglos XVI y XVII. De la misma manera recordamos los regadíos de La Corta que posibilitaron el azud que se construyó en el río a finales del S. XIX. Otras cuestiones relacionadas con la pesca, la extracción de arena o los baños públicos que se realizaban en este paraje conocido anteriormente como Vado de los
Hornos, completaron los comentarios que realizamos en este singular enclave.

La tarde se echaba encima y, por falta de tiempo tuvimos que dejar para otro día las paradas previstas en La Cartuja, El Portal y la Sierra de San Cristóbal para completar este recorrido por el bajo Guadalete, un itinerario que les recomendamos y del que no saldrán decepcionados.

Gracias a los amigos del Aula de Mayores de la UCA por permitirnos acompañarles.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto. Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar: Rutas e itinerarios, Río Guadalete, Patrimonio en el medio rural, Carreteras secundarias.

Con nombre de mujer
Topónimos femeninos en la campiña de Jerez (1)




Hoy 8 de marzo, como todos los años en esta fecha, se celebra el Día Internacional de la Mujer. Establecido en 1977 por la Asamblea General de la ONU, se pretende conmemorar con este día “la lucha de la mujer por su participación, en pie de igualdad con el hombre, en la sociedad y en su desarrollo íntegro como persona”. Como aún estamos muy lejos de alcanzar este noble objetivo de la igualdad, es necesario que días



como estos sirvan para llamar la atención del largo camino que nos queda por recorrer para conseguirlo.

Desde estas páginas, dedicadas al conocimiento de nuestro entorno, queremos sumarnos modestamente a esta conmemoración subrayando el olvido que en la historia de nuestra ciudad han tenido las mujeres. Como apunta acertadamente Isabel Allende, “la historia la escriben los hombres” y



aunque las mujeres hayan jugado el papel más determinante en el progreso y en el avance de los pueblos, quedan injustamente invisibilizadas.

Basta fijarnos en nuestra historiografía local para comprobar las escasas referencias que nos han llegado de la segura contribución de las mujeres en la historia de nuestra ciudad. Así, por ejemplo, Parada y Barreto, en su conocido libro Hombres Ilustres de la ciudad de Jerez



de la Frontera
, uno de los primeros que estudia los jerezanos que por algún motivo ocuparon un lugar destacado en la historia local, menciona sólo a 5 mujeres entre los 289 personajes que describe, desde la dominación árabe hasta 1875. Se trata de Sor Rita de Cazares, Francisca Trujillo abadesa del monasterio de Ntra. Sra. de Gracia, la beata Inés de Medina y las fundadoras de sendos beaterios Ana Díaz y Antonia Tirado, todas ellas,


como vemos relacionadas con lo religioso (1). Hace medio siglo el profesor Fedriani Fuentes, en su Jerezanos insignes (1967), incluía en su selección 259 nombres entre los que sólo aparecen 9 mujeres, las mencionadas anteriormente más las benefactoras Juana de Dios Lacoste, Carmen Núñez de Villavicencio, Micaela Parada y Elena del Páramo (2). Antonio Mariscal Trujillo actualizó y completó recientemente estos estudios en su libro Jerezanos para la Historia. Siglos XIX y XX (2011) resaltando a 177 personajes entre los que encontramos 9 mujeres: Pilar Aranda, Carmen Carriedo, Lola Flores, J. de Dios Lacoste, Francisca Méndez, M. del Carmen Requejo, Josefa de los Reyes, Isabel Ruiz y Mª A. de Jesús Tirado (3). Otra pista de la escasa presencia femenina en nuestra historia local nos la aporta José Ruiz Mata en su libro Mil años de escritores y libros en Jerez (del año 1000 a 1999), donde se incluye 377 referencias de las que sólo 14 corresponden a mujeres y 12 de ellas del siglo XX (4). Ante datos como estos cabe preguntarse: ¿dónde queda entonces la memoria de tantas mujeres anónimas que contribuyeron con su dedicación y trabajo a escribir las pequeñas historias cotidianas de la que está hecha, en suma, la Historia de nuestra ciudad?

Para responder aunque sólo sea mínimamente a esta pregunta, hemos querido rendir un sencillo homenaje a muchas de aquellas mujeres olvidadas por los libros de las que si hemos encontrado modestas referencias en los paisajes en torno a Jerez, en muchos rincones de nuestra campiña, en parajes poco conocidos del término, en los nombres de pagos de viñas, de lomas y cerros, de casas y



cortijos, de cañadas, coladas e hijuelas, de pozos, fuentes y arroyos… La toponimia ha sido, afortunadamente, más generosa con las mujeres que las historias locales y para dar tan sólo una muestra de ello les proponemos hoy un itinerario por aquellos lugares que guardan la memoria de nombres femeninos. ¿Nos acompañan?

Doña Benita, La Suara, La Catalana...

El de Doña Benita es uno de los topónimos más antiguos de nuestro término y da nombre a un rincón de la campiña ubicado en las proximidades de la dehesa de la Matanza y de la barriada rural del Mojo. Se llega hasta él a través de la Cañada de la Cuesta del Infierno que une este último enclave con Torrecera, pasando por los Entrechuelos.



Estas tierras se reparten hoy entre los cortijos de Doña Benita la Alta y Doña Benita la Baja, estando dedicadas a cultivos de secano y olivar y en las que se enclava un gran parque eólico con la misma denominación. Este antropónimo da también nombre a un arroyo salado y a unas antiguas salinas, conocidas también como “de Fortuna” o “de la Matanza”.

El profesor Emilio Martín Gutiérrez ha investigado el origen de este antropónimo en el repartimiento urbano realizado tras la incorporación de la ciudad a la corona de Castilla. Así consta que “Domingo Minno” y su mujer “donna Benita”, recibieron casas en la collación de San Dionisio y heredaron “cavallería”; es decir, el “heredamiento correspondiente a un caballero”. Conviene recordar que en el Libro del Repartimiento figuran también otras cinco mujeres con el nombre de “donna Benita” por lo que, en cualquier caso, la denominación con la que se conoce este lugar de nuestro alfoz se remonta al último tercio del siglo XIII (5).

Con el nombre de La Suara, otro antropónimo femenino muy conocido por los jerezanos, se designa en la actualidad a un cortijo, una dehesa y un Parque Forestal situado en las cercanías de La Barca de la Florida, muy visitado por la población al ser uno de los lugares de esparcimiento más cercanos a la ciudad. Su origen hay que buscarlo en las propiedades que desde principios del siglo XV tenían en la zona Diego Suarez y su mujer Teresa Martínez. Ambos mantuvieron pleitos con la ciudad por usurpaciones de tierras en este sector que, a la muerte de Diego Suárez, continuaron de la mano de su mujer y sus hijos.



La Suara (probable apelativo de Teresa Martínez) dio nombre a estas tierras (6) que ocupan en buena parte los suelos de una extensa terraza del río Guadalete. En la actualidad se conservan en este lugar sectores con la vegetación propia del monte mediterráneo (alcornoque, encinas, quejigos, acebuches…), así como extensas manchas de pinos y eucaliptos fruto de repoblaciones realizadas en la segunda mitad del pasado siglo las cuales que están siendo sustituidas progresivamente por especies autóctonas.

Entre los cortados de Montealegre y las tierras de Estella del Marqués y Lomopardo se abre una extensa vaguada por la que discurre el Arroyo Salado y la traza de la autopista Sevilla-Cádiz. Se trata de los Llanos de La Catalana, al que da nombre un curioso antropónimo femenino que tiene casi quinientos años. Por el profesor Emilio Martín



Gutiérrez sabemos que “en los años treinta del siglo XV, los propietarios de esta dehesa fueron Juan Fernández Catalán y su mujer Isabel Martínez. Se sostiene que el antropónimo hace referencia al apelativo con el que se conocía a Isabel Martínez”, “la Catalana” (7). Con este nombre se conoce también una amplia finca agrícola situada frente al Cementerio Municipal situada en la zona más alta de este rincón de la campiña cercano a la ciudad y que era paso obligado de los caminos que unían Sevilla y el Campo de Gibraltar a través de Gibalbín, el Guadalete y Medina.



La Astera, La Martelilla, La Bernala…

La autovía de Sanlúcar divide en dos las tierras del Cortijo de Santo Domingo, antigua posesión de los Dominicos desde los tiempos el repartimiento de las tierras del alfoz, en el último tercio del siglo XIII. Saliendo de Jerez, a la derecha de la vía, puede verse el magnífico edificio, de aire señorial, de la que fuera su singular casa de viña.

Frente a ella, al otro lado de la carretera, en un paraje que atravesara en tiempos pretéritos la traza del ferrocarril Jerez-Bonanza, aún se conserva el Pozo de la Astera y su antiguo abrevadero. Ubicado en el Descansadero del mismo nombre (que con 12 aranzadas es uno de los mayores del término), este pozo era parada obligada para los ganados que circulaban por la Cañada de Gudajabaque, una de las más



importantes de cuantas circundaban la ciudad. Este curioso nombre tiene su origen en el apelativo con el que era conocida una singular dama jerezana: Dª Elvira Martínez de Trujillo, “La Astera”. El archivero e historiador Agustín Muñoz y Gómez nos recuerda que en una Capilla de San Dionisio está enterrada “La Astera”, mujer de D. Alonso Sánchez conocido como “El Astero”, fabricante de astas para lanzas.



Esta piadosa señora se distinguió por sus obras de caridad y llegó a fundar varias capellanías en la Colegial y otras iglesias de la ciudad, según se desprende de distintas escrituras realizadas ante el escribano Juan Román fechadas en 1420, siendo también protectora del Convento de Espíritu Santo, fundado en 1431 (8).

Más dudoso es el antropónimo de Martelilla o La Martelilla que da nombre a la conocida finca situada en el km 9 de la carretera de Medina donde se cría una rama de la afamada ganadería del Marqués de Domecq. En estos parajes, el concejo de la ciudad abrió en el s. XVI una cantera de la que se obtendría la piedra para la construcción del Puente de Cartuja y, posteriormente, de las casas del Cabildo Municipal. Algunos investigadores relacionan este nombre con el de un posible antropónimo romano ya que en la



epigrafía gaditana encontramos distintos cognomina (Marcellus, Martialis, Martilla) de los que pudiera derivar (9). Otros autores platean un probable origen castellano como diminutivo femenino de Martel.



Otro curioso topónimo del rincón nororiental del término es La Bernala. Sus tierras, ubicadas en las proximidades de la barriada rural de Gibalbín, junto a la Cañada Real de Arcos a Lebrija, fueron arrebatadas por el concejo jerezano al arcense, junto a las de las dehesas de la Cespedosa y Cabrahigo en los primeros años del siglo XIV (10). Los litigios por la posesión de estas tierras se mantuvieron durante los siglos siguientes, decantándose finalmente su posesión, como la de las tierras de Berlanga y el Abadín por la ciudad de Jerez. En la actualidad La Bernala sigue dando nombre a una dehesa, una cañada y un cortijo, ubicado frente a la Bodega de Barbadillo en Gibalbín, en el inicio de la carretera que desde este enclave rural se dirige hacia Arcos.



La Rendona, Las Pavonas, La Basurta, Las Pachecas…



Junto a los ya citados, otros muchos nombres de lugares hacen referencia a apellidos notables de la ciudad, algunos de los cuales se remontan a los primeros repobladores. En un momento de la historia, algunas de las mujeres de estas familias adquirieron un mayor protagonismo o pasaron a ser herederas o titulares de sus tierras, hecho singular que permaneció ya para siempre en la toponimia. Este es el caso de La Rendona, que da nombre a un rincón situado junto a la Cañada de los Arquillos, colindante a la finca de los Isletes. El arroyo de la Rendona cruza este mismo paraje de suaves lomas que albergaron hasta hace unos años un gran viñedo hoy desaparecido. En el cerro de La Rendona se conservan también los restos de una de las torres del sifón de Los Arquillos perteneciente al antiguo acueducto romano de Tempul a Gades. Como señala A. Muñoz y Gómez es un apelativo “muy común á diversas mujeres descendientes del caballero Garci-Pérez de Rendón”. Se trata de Garci Pérez de Burgos, uno de los primeros pobladores de Jerez que según la “leyenda” adquirió el apelativo de Rendón” en 1292, en los combates “intrépidos y sin reparo” (que es lo que significa literalmente esta palabra) que protagonizó sin la autorización expresa de Sancho IV contra las tropas de Abu Yusuf establecidas en Tarifa (11). Diferentes mujeres con este apellido figuran con el apelativo de “la Rendona” en distintos documentos del siglo XVI, siendo una de ellas Catalina García La Rendona, viuda del Guarda de Términos Diego de la Fuente, de quien tal vez provenga la denominación de este rincón de la campiña jerezana (12).

Las Pavonas da nombre a una finca agrícola ubicada en las proximidades de Nueva Jarilla, junto a la Cañada de Romanina, y su nombre puede proceder de las descendientes del ilustre linaje de “los Pavones de Xerez” (13). Muy cerca de este lugar, junto a la antigua Cañada de Espera, encontramos las tierras de La Basurta. Esta finca está también próxima a la pantaneta del cortijo de Jara, junto a la carretera de Gibalbín. El cerro de La Basurta, a cuyos pies se unen varios arroyos que bajan de las Mesas de Santiago y de la Sierra de Gibalbín, está cubierto por un olivar y debe su nombre a una descendiente de esta familia de origen vizcaíno. Diego Pérez de Basurto, caballero procedente de Medina se estableció en Jerez a comienzos del s. XVI y de él deriva la rama jerezana de este apellido (14). Conviene recordar que ya a mediados del siglo XIX, una de las cinco mujeres latifundistas que figuran en la relación de los principales propietarios de tierra de la nobleza jerezana es Dª Josefa Basurto y Sopranis (15). Algo parecido ocurre con Las Pachecas, cuyo nombre hay que buscarlo en el apelativo de sus antiguas propietarias, descendientes de una notable familia jerezana. Este topónimo bautiza a un cortijo y a una extensa finca situada junto a la carretera de Medina, entre el Guadalete y el Cerro del Viento y da nombre también a una barriada rural establecida en las inmediaciones del antiguo cortijo junto a la que fuera Cañada de Medina.
(Continuará)

Para saber más:
(1) Parada y Barreto D. I.: Hombres ilustres de la ciudad de Jerez de la Frontera . Edición facsímil. Extramuros, Sevilla, 2007.
(2) Fedriani Fuentes, E.: Jerezanos Insignes. Gráficas San Luis, Jerez, 1968.
(3) Mariscal Trujillo, A.: Jerezanos para la historia. Siglos XIX y XX, Tierra de Nadie Editores, Jerez, 2011.
(4) Ruiz Mata, J.: Mil años de escritores y libros en Jerez de la Frontera (del año 1000 al 1999). Servicio de Publicaciones del Ayuntamiento de Jerez, 2000.
(5) Martín Gutiérrez, E.: Análisis de la toponimia y aplicación al estudio del poblamiento. El Alfoz de Jerez de la Frontera durante la Baja Edad Media. En Historia Instituciones y Documentos, nº 30. Universidad de Sevilla, 2003, pg. 278. LA referencias a Dª Benita están tomadas de González Jiménez, M. y González Gómez, A.: El libro del Repartimiento de Jerez de la Frontera. Estudio y edición. Cádiz, 1980. Prt. 1813, XX y 184.
(6) Martín Gutiérrez, E.: Análisis de la toponimia… , pg. 281.
(7) Martín Gutiérrez, E.: Análisis de la toponimia… , págs. 276-77. Este autor documenta un amojonamiento realizado por Alfonso Núñez en el año 1434, en el que se cita este antropónimo.
(8) Muñoz y Gómez, A.: Calles y Plazas de Xerez de la Frontera. Edic. Facsímil 1903, BUC. P. 90
(9) Martín Gutiérrez, E.: Análisis de la toponimia… , pg. 300.
(10) Mancheño y Olivares, Miguel: Apuntes para una Historia de Arcos de la Frontera. Edición de María José Richarte García. Servicio de Publicaciones de la UCA y Excmo. Ayto. de Arcos. 2002. Vol. I. pg. 150.
(11) Rallón, Esteban.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. II, p. 9-10.
(12) Muñoz y Gómez, A.: Calles y Plazas… pg. 274.
(13) Rallón, Esteban.: Historia de la ciudad de Xerez… vol. I, p. 239.
(14) Muñoz y Gómez, A.: Calles y Plazas… pg. 122.
(15) Lozano Salado, L.: La tierra es nuestra. Retrato del agro jerezano en la crisis del Antiguo Régimen. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz-Diputación Provincial, 2001, p. 166.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 8/03/2015

 
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